Sarah Tucker © The Sunday Times
Hace un par de semanas estuve en una cena organizada por la cúpula de un gran
banco americano de inversión. Mientras nos servían Chablis y los camareros
repartían los entremeses, interrumpí una conversación con mi acompañante sobre
si debería pulirse la esperada bonificación de la City en enero en una cabaña de
esquí en Verbier o un castillo en Kent, para escuchar a escondidas la charla
privada de mi vecino con un colega banquero.La conversación se había desviado de las conocidas quejas sobre la falta de tiempo que sus agresivas carreras financieras les permitían dedicar a sus familias a la reciente avalancha de despidos en la Milla Cuadrada y la amenaza de muchos más. Mi anfitrión no pudo evitar oír la conversación y les interrumpió: "No sientan lástima por ellos; llegan sabiendo que es un negocio de mucho riesgo. Aquí se despedazan unos a otros".
A la espera de ser despedido
Con la sacudida de la crisis mundial de los créditos, miles de capitalinos temen que los echen al pasto en una oleada de despidos que la City no había visto en décadas.
Según una encuesta reciente, el 64% de los profesionales de la City cree que los despidos masivos podrían estar a la vuelta de la esquina. La preocupación se refleja también en Irlanda, donde el 66% de los trabajadores financieros consideran que los recortes de personal están al caer. El Centro de Investigación Económica y Empresarial ha pronosticado que las empresas de la City se desharán de 6.500 empleos de profesionales el año próximo.
Mientras esperan ansiosamente sus bonificaciones o el despido en un ambiente de sospecha y ansiedad, saben que no se trata sólo de perder uno de los empleos mejor pagados del país. Significa la pérdida de identidad y, para algunos, el divorcio nada más implosionar el enérgico estilo de vida de la City.
Tal vez alberguen sueños de "hacer algo creativo" desde casa -aprovechar sus finiquitos para establecerse como paisajistas o comprar una galería de arte-, pero pasar más tiempo con la familia suele acabar demasiado a menudo en colisión con una mujer que ya no tiene espacio para su marido en su rutina diaria de cinco estrellas.
Depender del trabajo
¿Qué van a hacer todos los que se han acostumbrado a salarios irritantemente elevados y estilos de vida subidos de adrenalina cuando les entreguen el finiquito? ¿Realmente quieren ver más a sus familias, o les pone más el acelerón del parqué que sus hijos? ¿Hasta qué punto se complica la vida cuando dejan de entrar los millones?
Como alguien que trabajó en la City y cuyo ex todavía lo hace, he podido comprobar de primera mano lo cerca que está la identidad del financiero de lo que hace y de cuánto gana. Incluso en aquella cena reciente, todos los hombres se presentaron nombrando su banco, su puesto y, en último lugar, su nombre.
Durante los tres años que trabajé en Warbugs no tuve vida social, aunque sí mucho dinero para gastar. Podría haberme comprado todo tipo de lujos si hubiera tenido tiempo. Mi ex aún disfruta de toda la riqueza material que su carrera le proporciona, y por defecto yo también, incluida una estupenda casa de veraneo en Francia.
Pero, ¿cuántos de estos trabajadores de la City con sus rayas diplomáticas estarán preparados para el mundo real si se les pide que entreguen sus pases y recojan sus cosas en los próximos meses? ¿Pasar más tiempo con la familia y el tiempo de calidad con los hijos es realmente lo que quieren?
Mansión solariega
Durante un tiempo, sólo se hablará del equilibrio entre el trabajo y la vida personal, aunque lo cierto es que a menudo las mujeres de los chicos de la City tienen sus propias expectativas del matrimonio con maridos de altos vuelos y altos salarios, lo que no incluye tenerlos a sus pies en la mansión solariega.
Las esposas de la City son una raza a la que me acostumbré en las reuniones sociales. Solía llamarlas "mujeres con interruptor regulador de la luz" porque independientemente de lo interesantes que fueran sus propios logros, los atenuaban sistemáticamente en público para que sus maridos parecieran más importantes, se sentaban en silencio y hablaban sólo cuando se las hablaba.
Claro que si se reunían alrededor de una mesa, como sucedió en un acto benéfico al que asistió Ella Martin, una amiga mía también ex mujer de banquero, sus preocupaciones se hacían evidentes. "Las mujeres hablaban de lo habitual: las fiestas a las que habían ido donde corría el champán sin parar, el nuevo Porsche o Ferrari que sus maridos se acababan de comprar como tercer coche en Internet", explica Martin.
"Después pasaron a sus vestidos, joyas, regalos de los maridos, y todas mencionaban el precio como si por alguna razón el gasto los hiciera más hermosos que una creación ligeramente más barata y discutían animadamente sobre cómo comparar un Valentino con un Dior".
Vidas paralelas
El problema es que la relación con un marido banquero suele convertirse en un contrato de negocios del que es caro salir desde cualquiera de las dos partes. Mientras los maridos trabajan 80 horas semanales, las mujeres se hacen expertas en dirigir la familia y las diferentes casas prácticamente en solitario, con consecuencias potencialmente dolorosas, como ha descubierto Henry Amis.
Como agente de un banco de la City, "recibía un salario muy alto y elevadas bonificaciones, y teníamos el estilo de vida correspondiente. Las bonificaciones nunca alcanzaban millones pero había suficientes ceros para mantenerme a mí y a mi familia felices, sin hipotecas, con tres coches y vacaciones de lujo todos los años", asegura Amis.
Padre de dos hijos, "siempre les decía a sus compañeros de la oficina que quería más tiempo de calidad con la familia y que las largas jornadas y el estrés le impedían pasar más tiempo con ellos".
Creía desear un estilo de vida más tranquilo y aceptó el despido cuando el banco para el que trabajaba redujo la plantilla. Enseguida descubrió que su "identidad estaba absorta en mi trabajo". El precio que pagó por abandonar la City fue un hogar roto.
"Mi mujer parecía feliz"
"Aunque mi mujer parecía feliz de que yo pudiera pasar más tiempo con los niños, mirando hacia atrás, lo cierto es que estaba menos entusiasmada de lo que pensaba que estaría", recuerda Amis, de 45 años.
"Decía que le preocupaban los recibos del colegio, la reducción del estilo de vida y la escena social, todo lo cual tenía que ver con la vida en la City, pero después de un tiempo me di cuenta de que, sencillamente, no me quería cerca. La casa era su territorio, su dominio, y pasando más tiempo en casa sentía que la estaba invadiendo".
Seis meses después de aceptar la baja, su mujer pidió el divorcio por razones de incompatibilidad. "No se había dado cuenta antes porque no me había visto suficiente. Dijo que había descubierto que no le gustaba". Ahora está intentando volver a la City. "Me di cuenta de que lo que me empujaba en la vida era la adrenalina del trabajo, el estrés y el lado social, las largas jornadas. La vida familiar me parece sosa y restrictiva en comparación".
La doctora Rachel Andrew, psicóloga clínica, lo considera un síntoma familiar. "Los agentes disfrutan con el subidón. No lo encuentran en ningún otro sitio o en ninguna otra cosa, ésa es la razón. En realidad, muchos hombres de la City cuando se encuentran ante la baja se dan cuenta de que el trabajo ha sido lo que les ha motivado y no sus familias". "Se han acostumbrado a los ingresos, los horarios, la vida social y, por supuesto, al prestigio que lo acompaña".
Trabajo vs. familia
Pero las mujeres también. Por eso, cuando el hombre de repente se queda sin trabajo, no sólo piensan que han perdido un empleo, sino que han perdido su valía; no sólo su empresa, sino su familia, sus amigos y ellos mismos. Todo en su mundo se valora según lo que ganan.
"En su mundo, la familia se valora como un activo o un pasivo, igual que un coche o una casa. No es nada políticamente correcto decir que uno prefiere el trajín del trabajo a estar con su familia, pero eso es exactamente lo que piensan muchos de los que trabajan en la City. Y por eso lo hacen, porque disfrutan de ese subidón que ninguna otra cosa puede darles, y mucho menos pasar tiempo con sus familias.
"Tal vez digan en una cena de gala que les encantaría pasar más tiempo con sus hijos y tener tiempo de calidad, pero lo cierto es que eso no es lo que los estimula. Disfrutan en el ambiente de trabajo, el aspecto social y aunque pudieran salir antes para estar con sus familias, probablemente se irían al gimnasio".
Es una realidad de la que Geoff Schaw, treintañero y padre de dos hijos, puede dar fe. Entró en la City desde la universidad y se trabajó el ascenso hasta ser seleccionado en sus últimos trabajos en Citibank, Morgan Stanley y, por último, UBS.
Nunca dos días iguales
Durante una temporada trabajaba de 6.30 a 22.30. "Nunca había dos días iguales", afirma. "Podías llegar por la mañana y descubrir que Turquía había colapsado por la noche o que los tipos de interés habían cambiado y habías destruido un par de millones de libras porque se te había olvidado enviar dinero una hora antes".
Aunque su carrera en la City le costó su primer matrimonio, se aferró a ella. Cuando llegó a los treinta y pocos, cobraba un sueldo de seis cifras con las correspondientes bonificaciones anuales. Después lo despidieron. "Cuando me fui pensaba que sería fácil", reconoce. "Pero lo cierto es que fue más difícil de lo que me había imaginado. Atravesé una crisis pensando, Dios mío, lo que tengo que hacer es encontrar otro trabajo en la City".
"Incluso empecé a entablar conversaciones con algunas personas para conseguir otro trabajo. Es lo que pasa. No sabes quién eres. Me costó nueve meses dejar de levantarme a las seis de la mañana y aceptar la situación". Asegura que es posible cambiar de rumbo y liberarse de la adicción de una carrera tan energética, aunque es duro. Aún echa de menos el acelerón de trabajar con "personas brillantes, encendidas y llenas de energía".
Raya diplomática
Shaw ha montado una empresa, Pinstripes and Beads ["raya diplomática y canutillos"], que ofrece asesoramiento sobre estilo de vida y carrera a otros trabajadores financieros e intenta llegar a ellos antes que el despido. "Los ayudamos a centrarse en lo que quieren, porque muchos no saben lo que quieren, y en lo que son y en lo que quieren lograr en la vida", explica Shaw.
"Muchos piensan en abrir su propio negocio, escribir una novela o dirigir un refugio de yoga, pero cuando analizamos lo que les hace moverse, en algunos casos no es nada de eso". "Aunque la City no es una opción profesional a largo plazo y no hay muchos que lleguen a viejos allí, a la mayoría le resulta imposible quitárselo de encima".
Uno de sus clientes actuales, Gerald Edwards, de 36 años, llegó buscando asesoramiento hace nueve meses. Trabajaba de director de proyecto en un banco mundial de inversión y le exigían estar disponible las 24 horas del día. Después de casi una década en la City, estaba completamente agotado, tanto emocional como físicamente.
"Me pasaba los días en reuniones y llegaba a mi despacho a las cinco de la tarde para descubrir que tenía que pasarme otras tres horas hablando con Estados Unidos y vaciando la bandeja de entrada de cientos de correos", explica. "Sentía que había encogido como persona y tenía menos tiempo para estar con mi mujer y mis hijos. Al mismo tiempo, me esforzaba por reconciliarme con el hecho de que mi trabajo me proporcionaba estabilidad financiera y me permitía financiar un estilo de vida que me gustaba y al que no estaba dispuesto a renunciar".
¿Qué hay después?
Claro que, ¿tan grave va a ser el despido colectivo? Howard Wheeldon, analista de BGC Partners con sede en Canary Wharf, dice que "corren tiempos muy difíciles. Lo que hemos experimentado en esta oleada particularmente fea de colapso patrimonial no lo habíamos visto nunca antes. Cada vez que ocurre no hay un precedente verdadero. Esta vez son las hipotecas de riesgo y ha afectado a la capacidad de crecimiento de las empresas".
"Las operaciones en la City están muertas. No está pasando nada. Hay una atmósfera de expectación de que en la próxima primavera habrá menos empleados en la City pero nadie sabe cuándo exactamente se van a producir los despidos masivos. En estos momentos veo un efecto de goteo".
"Si vuelve la confianza en los próximos seis meses, las pérdidas de empleo podrían mantenerse en un 5%. Pero si no se recupera la confianza en ese periodo, los recortes van a ser mucho mayores. Miles de personas se verán afectadas".
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